Corriendo cuesta abajo
por unas callecitas empinadas
y sintiendo las piedras del suelo
enterrarse bajo mis Converse,
grité tu nombre,
pero no te vi.
Han pasado 71 días desde entonces
y todavía, a veces,
el eco de mi voz rebota en las paredes blancas
y me atraviesa el pecho
sin piedad.
Sé que no volverás
y no quiero que vuelvas.
Pero pronto llegará el día
en el que pueda desear
que vuelves alto y feliz
sin que se me rasgue el pecho
y los ojos se me conviertan en el mar
que tantas veces nos mojó los pies.
Lo sé…
porque te amé.
Te amé
jodidamente
de más.