– «¿De qué te ríes?», preguntó.
– «De tu intrusismo», contesté nerviosa. «Te siento como un centenar de hormigas inquietas caminando desordenadamente por mis rincones más secretos. Es extrañamente conmovedor e inevitablemente paralizante».
——-
No pude romper el silencio, ni volver a subir la cabeza, pero las hormigas continuaban descaradamente su viaje en mi cuerpo. Claro, aún me miraba.
(«No me mires. No me mires. No me mires. Sal»)