Me enamoré de ti
cuando te vi las alas rotas.
Así supe que volabas
o al menos que lo intentas.
Yo no soy el cielo,
pero, ¿y si me convierto en uno?
Atrabésame la vida,
-despacito y sin afán-
que a mí correr no me gusta,
excepto si al verbo lo hacemos terminar
en “me”, en “te” o en “nos”