Aunque ahora mismo no pueda evitar tener mis mejillas mojadas debo decirte que me alegra que estés allí. Me pregunto si sentirás la misma mezcla de sentimientos que nosotros. No estarás llorando tu por nuestra tristeza, ¿verdad? Estaremos bien…
Sé que no soy nieta de ninguna de tus hijas. Pero también sé que desde que me abriste las puertas de tu casa y de tu familia me sentí como uno de los tuyos. La primera vez que te vi fue en tu cumpleaños 90, hace cuatro años. El tiempo vuela…
Cuatro años después seguías igual: el mismo pelo blanco; las mismas gafas cuyo aumento hacía verte como una abuela con cuatro ojos; las mismas manos pecosas y de venas brotadas con las que nos cogías las nuestras; la misma mirada pícara con la que hacías las travesuras en el colegio; la misma sonrisa; la misma voz llena de amor; y el mismo buen humor… ¿Cómo no recordarte siempre si estabas llena de vida? ¿Si eres un ejemplo de mujer y de madre?
Te extrañaremos, lo sabes. Sólo espero que puedas cuidarnos desde el cielo como nos lo dijiste, te necesitamos.
El Doctor me dijo el lunes: «Es un acto de amor entregarle a Dios aquellos a quienes queremos». Hoy no puedo más que rezarle a la virgen para que te tenga a su lado así como tu la tuviste siempre estando aquí. Y lo hago no porque no tenga la certeza de que así es, sino porque es lo más que puedo hacer por ti.
¿Qué más puedo decirte? Que te quiero y que agradezco tu ejemplo, tu tiempo, tus historias y -sobre todo- tus sonrisas.
Ojalá algún día pueda volver a verte en ese lugar a donde estoy segura que acabas de llegar.
Descansa en paz Retita bonita
(R.I.P)