Alguien me preguntó por qué siendo una persona tan alegre escribo cosas «tan tristes».
«¿Me define lo que escribo?», pensé.
Hoy me (te) respondo:
No soy sólo lo que escribo. Ni lo que callo. Ni lo que grito. Ni lo que vivo.
No soy la melancolía que me abraza tantas noches. Ni la nostalgia que me dan las montañas. Ni la niña que se siente perdida. Ni la mujer que camina, rota.
No soy las carcajadas en el suelo. Ni los abrazos en los que duermo. Ni los besos que (no) doy. Ni las victorias que celebro.
No soy mis suspiros. Ni mis lágrimas. Ni mi risa. Ni mi fuerza.
Soy todo eso.
Nada de eso.
Un poco de eso.
Y no quiero ser de otra forma.