Este es mi primer escrito erótico sobre dos mujeres. Un reto para mi imaginación y también una dedicatoria para todas aquellas personas que sé que disfrutarán, especialmente a «P.e.I.», a quienes agradezco con el alma por leerme y exigirme más.
Me separé de su boca y le dije que no, que no sería capaz. Me agarró del cuello y me atrajo a sí misma, haciendo que nuestros labios, calientes, volvieran a rozarse.
– ¿Por qué no?, me preguntó sin separarse. «Porque no puedo», respondí en un susurro.
Sentí cómo su aliento se colaba por mi boca entreabierta e inhalé lentamente una vez. Otra. Otra. Olía a chicle, a yerbabuena, a vino tinto.
No me había dado cuenta que todavía tenía mis manos puestas sobre su pantalón desabrochado y que algunos de mis dedos apretaban con fuerza su piel desnuda.
«¿Qué cojones estás haciendo?», me pregunté a mí misma y la solté.
Ella me envistió con su cadera y un escalofrío recorrió mi cuerpo. «¿La miro?», pensé. Pero no, no sería capaz.
Me besó y cerré los ojos. Sentí su lengua en todos los rincones de mi boca. Sabía bien, se sentía bien. Quería más.
Creo que me entendió. Me besó el cuello hasta llegar a uno de mis pezones… y entonces su lengua y sus dientes se apropiaron de él, sin ninguna prisa. Luego siguió el otro. ¿Qué otra cosa podía yo hacer además de intentar evitar que salieran por mis labios los sonidos que sentía atrancados en la garganta? Fue en vano.
Su lengua bajó a mi ombligo… y siguió bajando. Contraje por enésima más los músculos de mi entrepierna. Pasó su lengua sobre mi ropa interior y poco a poco sus dedos fueron abriéndose camino, atravesando fronteras.
Subía el ritmo y con él el color de nuestra piel y el calor de nuestros cuerpos. Me besó, me besó mucho, sobre todo mis rincones más oscuros. Abrí los ojos para verla, para vernos… y de mi boca salieron tres malditas palabras: «No soy capaz».
Ella se detuvo, como me lo había prometido, y cuando yo quise volver a cerrar los ojos y a abrir la boca para dejar salir sólo los sonidos guturales que había estado reteniendo, me encontré sola, perdida entre la humedad de mi entrepierna, con el corazón fuera de su sitio y con unos ojos encharcados que no me dejaron ni siquiera decirle adiós.