No eran sus ojos, sino la manera en que la miraba.
Ni sus labios, sino la intensidad de su contacto.
Y tampoco sus brazos, sino la eternidad de los segundos cuando estaba entre ellos.
Porque aquello no era sólo deseo, ni locura, ni cariño.
Era deseo, locura y cariño al mismo tiempo…
Y eso para ella, en esas cantidades, bajo esas condiciones, era amor.