Bajé la cuesta llena de matorrales y comencé a caminar esquivando las ramas secas de los árboles y las flores amarillas que me saludaban encantadas desde abajo.
Llegué al inicio, vi la luz al otro lado, llamé los perros y me sorprendió mi propia voz rebotando en las paredes. En menos de lo que pensaba, dando grandes pasos y saltando el alguna estancada, crucé el túnel.
Me reí de mí misma, me reí mucho. ¿Cómo no me había permitido sentir esto antes?
Parece que a veces toma tiempo entender que avanzar implica descubrir, que descubrir implica correr el riesgo y que, en definitiva, para VIVIR hay que correr el riesgo.