Está sentado en la silla de la esquina de siempre, pero ahora el sudor de su frente evidencia la llegada del verano. El reloj marca las 16:05 horas.
«No vendrá», pensó. Posó los codos sobre sus rodillas, bajó la cabeza y cerró los ojos.
La apretó contra el colchón y cogió su cara entre sus grandes manos. Juntó su nariz con la suya, miró sus ojos y la besó. Ella pasó sus manos por su espalda, haciendo suyo cada músculo y de repente, sin pretenderlo, se arqueó. La temperatura siguió subiendo hasta que el amor se materializó sobre las sábanas blancas.
16:18 horas. Abrió los ojos, estiró su espalda y miró el camino por el que había llegado. Estaba solo. Sacó de su bolsillo una hoja de papel, la dobló en varias partes, la dejó debajo de una piedra y caminó sin mirar atrás.
Cuando estuvo lo suficientemente lejos, una mujer salió de entre los arbustos y se acercó curiosa. Levantó la piedra, desdobló la hoja y comenzó a leer.