En la oscuridad -sin otra compañía que el reflejo de la luna llena- se estremecía cuando el contacto del helado viento de finales de invierno pasaba por sus ropas hasta congelarle los huesos. La marea, tranquila y helada, intentó reflejar su piel blanca, pero no pudo… demasiadas arrugas, el tiempo no perdona.
Posó su mano en su mejilla y se acarició lento, de abajo hacia arriba. Luego, sin otra cosa qué hacer, suspiró.
«Cada pliegue, una historia… Vaya vida»
El viento movió su pelo hacia atrás y sonrió. El frío, ¡insensible!, congeló sus años y con ello sus dolores. Otra vez se sintió joven, real, fuerte, tangible, entera, capaz.
«Fue un placer».
…Desde arriba la luna es testigo de un cuerpo entrado en años que ya no tiene miedo, ni prisa… Y desde ese otro lugar, tal vez mucho más allá, está ella, su ahora ella, viendo lo que fue…