Un ayer que huele a café

«Se dice que el paisaje es un estado de alma, que el paisaje de fuera lo vemos con los ojos de dentro, será porque esos extraordinarios órganos internos de visión no supierron ver estas fábricas y estos hangares, estos humos que devoran el cielo, estos polvos tóxicos, estos lodos eternos, estas costras de hollín, la basura de ayer barrida sobre la basura de de hoy, aquí serían suficientes los ojos de la cara para enseñar a la más satisfecha de las almas a dudar de la ventura en que suponía complacerse”. José Saramago, La Caverna (Pág. 101)

–    ¡Ay, qué pecao! Ese pollito está es matado ahí, dice ella con una voz ronca y dolida.

–       No sé cómo se metió ahí, no tiene lógica, añade él.

–       Y usted, ¿cómo va a sacar ese pollo de ahí?

–       No sé, ahora veo, responde él con una voz apenas audible.

En el municipio de Rionegro Antioquia, a cinco minutos del Mall Llanogrande, una mujer de piel morena, 1.60 metros de estatura y ojos negros, pequeños, brillantes y bastante predecibles, se lamenta con su esposo la muerte inesperada de uno de los pollos del gallinero.

16 años han pasado desde que Gloria Moreno y Ricaute Ospina dejaron Ciudad Bolívar, un municipio situado en el sur occidente de Antioquia. Una historia de más de 25 años fue arrinconada en el pasado, como se hace con los viejos libros de las bibliotecas. Pero es que lo que dice José Saramago en su libro La Caverna es cierto: “El progreso avanza imparable, es necesario que nos decidamos a acompañarlo, ay de aquellos que, con miedo a posibles aflicciones futuras, se queden sentados a la vera del camino llorando un pasado que ni siquiera fue mejor que el presente”.

–   El trabajo de él era muy duro, muy difícil. Yo, en cambio, trabajaba en un asilo, se me iban los días y las noches con esos viejitos, era feliz. Pero un día me dijo ¿nos vamos o nos quedamos? Y como los dos íbamos a trabajar, yo dije vámonos, cuenta Gloria mientras mira a su marido buscando cierto tipo de aprobación.

Así, a ciegas, comenzó su nueva vida en la finca de recreo de Gloria De Greiff donde vivieron doce años con sus cuatro hijas. Ahora trabaja jueves, sábado, domingo y lunes en la finca de Hugo Navarro en Santa María del Llano, una parcelación nueva en la vereda, donde Ricaurte es  jardinero. «Esa gente es muy formal, son adorados. Unos patrones como esos, mejor dicho. Pero uno se cansa, ¿no?», dice Gloria subiendo los hombros y bajándolos luego con resignación. Ahora quisiera quedarme en la casa, eso sería lo ideal, añade después.

Martes y miércoles son los únicos días de la semana que Gloria está en su casa. Pero no precisamente haciendo nada, que es lo que le gustaría. Hace un año y medio, gracias a la ayuda de “Don Hugo”, quien le dio el plante, comenzó a sembrar Eugenios y Durantas. Ellos son ahora su vida. «Aquí me ven a las once de la noche sentada pelando fruticas».

El negocio resultó exitoso sin tener ni siquiera la necesidad de poner aviso afuera de su casa. Y es que al mismo ritmo que progresa Rionegro,  se divulgan este tipo de negocios.

–  Uno se da cuenta de todo. A mí me dijeron “ponga aviso” pero yo no necesito poner eso. ¿No vino la semana pasada por 2.400 y no los tenía? Fueron dos millones cuatrocientos mil pesos lo que me perdí. Pero será más adelante, de todas maneras están haciendo muchas urbanizaciones por ahí y esto es lo que están poniendo por todas partes.

En lo que pareciera un espacio insuficiente para la cantidad de pedidos que le hacen hay 4.000 eugenios sembrados. Pero ella quiere más. «Quiero tener para enero unos seis mil sembrados ahí. Y ya estoy muy próxima», dice Gloria orgullosa mientras mueve su cabeza de arriba a abajo para confirmarse a ella misma lo que está diciendo.

Según Ricaute, su esposo, Gloria prefiere los eugenios porque eso es lo que le está dando plata. Ella quizás por modestia no lo acepta abiertamente. Aún así, admite que la estabilidad económica es importante y que cuando el oficio no la da, hay que evolucionar. “Son los tiempos que mudan, son los viejos que cada hora que pasa envejecen un día, es el trabajo que deja de ser lo que ha sido”, así lo explicaría Saramago.

Con unas manos que ya le duelen y que tienen escrita una historia que ahora la disimulan pedazos de tierra, Gloria organiza las bolsas de los Eugenios mientras recuerda la fábrica de cortinas en la que trabajó y la cantidad de manualidades a las que se dedicó hace un tiempo. «El thinner que manejé cinco años cuando tenía lo de las persianas me acabó las manos. Y es que también hice muchas cosas, cuadritos, muñequitos en Contry, muchas cosas»

Estos oficios, que indudablemente se han ido perdiendo, no le dieron la estabilidad que necesitaba para poder vivir y sostener a su familia. Esa fue una de las razones por las que ella y Ricaute  llegaron a Rionegro, un municipio que ella jamás pensó que crecería de la manera que hasta ahora lo ha hecho, sin parar. “¿El crecimiento? ¡Ave maría ha sido horrible! Uno aquí está como en Medellín. El cambio ha sido total”, dice ella.

El Plan Integral de desarrollo municipal de la Alcaldía de Rionegro tiene como base las mismas líneas del Plan Nacional de Desarrollo 2010-2014 que busca crear confianza en las potencialidades del país y en lograr una imagen positiva en el exterior. Así mismo, el plan “Rionegro con más futuro”, pretende incluir acciones que contribuyan con el cumplimiento de los Objetivos de Desarrollo del Milenio, firmados en el 2000 por los países pertenecientes a las Naciones Unidas, para lograr así mejorar las condiciones de vida de la población.

Sin embargo, en el mismo informe se acepta que es evidente que la región está altamente impactada por el proceso de metropolización del Valle de Aburrá. Allí se aceptan la restricción de la autonomía local, el desalojo del campesino para la ocupación del suelo con macroproyectos y/o parcelaciones de uso recreativo, el fin de la vocación agrícola de los jóvenes que habitan las zonas que están siendo urbanizadas, los grandes cambios sociales, ambientales y culturales y la expansión industrial desorganizada y sin autonomía como producto de la Autopista Medellín-Bogotá.

Gloria y Ricaute no han sufrido en carne propia las devastadoras consecuencias de la industrialización. Por el contrario, ésta les ha traído a sus vidas más ventajas de las que tenían hace 16 años en Ciudad Bolívar, donde el trabajo -según Ricaute- es muy duro. «En esas fincas de café tiene uno que estar a las 630 para empezar a las siete de la mañana. Eso es voliando machete en medio de ocho o diez trabajadores….Y uno tiene que emberracar mija porque si uno se queda atrás, le tiran tierra».

“Qué difícil es separarnos de aquello que hemos hecho, sea cosa o sueño, incluso cuando lo hemos destruido con nuestras propias manos”, dice Saramago.  Tan difícil es que Gloria ya sabe que Ciudad Bolívar los espera. O más bien que ella espera Ciudad Bolívar. Y es que el aroma a café -aunque a veces éste es amargo- es adictivo. “Este año estoy montando una finquita por allá en Ciudad Bolívar. Allá voy a estar como con lo mío, vamos a ver si mi Dios nos ayuda a llegar allá”, asevera Gloria mientras sorbe un poco de capuchino hecho por ella.

Es domingo, los Eugenios duermen bajo la luz de una luna que seguramente está  en su sitio aunque no se ve. El reloj de la sala, que quién sabe cuánto tiempo lleva sin mover sus manecillas, marca las 6:30. El televisor sigue encendido en uno de los canales nacionales y la máquina de cocer espera en silencio que las manos de Gloria vuelvan a tocarla aunque no sean las mismas de antes y aunque ya no sea en esa misma finca a cinco minutos del Mall de Llanogrande, sino en Ciudad Bolívar, en esa ciudad en la que quizás no van a sentirse como en Medellín pero que, como ella dice, les pertenece.

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