Brujas, fantasía fuera del papel

Así como hay cuentos de hadas que nos transportan a mundos mágicos, existe en el mundo una ciudad en donde es posible sentirse en uno de ellos, y no precisamente a través de las letras. Al noroeste de Bélgica, a 90 kilómetros de Bruselas –la capital del país- y con un nombre que no puede más que evocar embrujo y vida se encuentra Brujas.

La tranquilidad de sus calles; la belleza de su arquitectura medieval; el encanto de los canales con sus barcas; y los sorprendentes verdes de sus tierras hacen de esta ciudad un destino ideal para aquellos amantes de la belleza, el arte, la historia y el chocolate.

Grote Markt o la Grand Place, la plaza principal, ha de ser su primer destino. Es considerada una de las más bellas del mundo y es el corazón de la ciudad. Está circundada por fascinantes fachadas como las del Palacio Provincial   –sede del Gobierno de Flandes Occidental- y el Atalaya, símbolo de la libertad y la autonomía de Brujas. Ésta última, data del siglo XIII y tiene 83 metros de altura. Suba sus más de 350 escalones y deléitese con la preciosa vista panorámica de la ciudad desde allí arriba.  Al lado de ésta plaza se encuentra la segunda más importante de la ciudad, la plaza Burg, cercana a Les Halles, antiguos mercados que datan del siblo XIII. Sobre ella se sitúan dos estatuas de grandes héroes del siglo XIV: la de Jan Breydel y Pieter de Coninch.

El centro histórico –Patrimonio Mundial de la UNESCO desde el año 2000- es quizás el mayor de sus atractivos a pesar de que gran parte de él ha sido reconstruido. Las estructuras arquitectónicas medievales, con estilo –en su mayoría- neogótico se conservan intactas.

La zona, articulada alrededor de la plaza principal de la ciudad, reúne la mayoría de las edificaciones más importantes. La catedral, por ejemplo, es una de ellas. La edificación, que no fue construida para ser templo originalmente pero que obtuvo el nombre en el siglo XIX, es uno de los símbolos que aparece en las fotos panorámicas de la ciudad. Sin embargo, su encanto está en el interior. Los tapices que decoran los laterales de la nave central -tejidos en los talleres de Bruselas por el arquitecto Van der Borcht en 1730- y la sorprendente sillería de madera del coro del siglo XVI valen la pena ser vistos.

La Iglesia de Nuestra Señora, con una torre de 122 metros de altura, es otra de las construcciones que no deberá dejar de visitar. No sólo es de una arquitectura prodigiosa por ser el segundo edificio de ladrillo más alto del mundo, sino que es rica en tesoros de arte universales. Allí se encuentran, por ejemplo, La Madonna de Brujas, de Miguel Ángel, y los mausoleos -pintados y diseñados al estilo gótico- de María de Borgoña y de su padre Carlos el Temerario, último duque de Borgoña.

Por su parte, en la Iglesia de la Santa Sangre se encuentra la “sangre de Cristo” que, según la tradición, fue traída por el conde de Flandes, Dietrich de Alsacia, a su regreso de la Tierra Santa durante la Segunda Cruzada. El día de la Ascensión se celebra la Procesión de la Sagrada Sangre, uno de los eventos turísticos más importantes de Brujas. No se lo pierda si esta allí por esas épocas.

Si desea ir a museos deberá conocer el del poeta flamenco Guido Gezelle. Allí encontrará algo más sobre su vida y su obra, y seguramente quedará encantado con su romántico jardín con huerta orgánica. Otro museo importante de la ciudad es Gruuthuse, situado detrás de la Iglesia de Nuestra Señora. La mansión perteneció a una de las familias más ricas de la ciudad en la época medieval que en aquel entonces tenía el monopolio de la venta de la mezcla con la que se elaboraba la cerveza. Allí encontrará ahora antigüedades y colecciones de arte que comenzaron a recolectarse en 1865 por la Sociedad Arqueológica de Brujas.

Dos curiosos museos están también en la ciudad: el Friet Museum –el museo de la patata frita-, donde encontrará más de 400 objetos que a lo largo de la historia han sido usados para manipular este alimento- y el Museo del Chocolate. ¿Cómo no visitar este último si está en el país del chocolate?

No debe irse, por supuesto, sin dar un paseo en una de sus barcas, sin subirse a una de las carrozas que recorren las novelescas calles de la ciudad y mucho menos sin haber alquilado una bicicleta. Ruede las calles del centro y sienta cómo mágicamente se transportará a la Edad Media y a rincones románticos que no hay en ningún otro lugar.  Y luego, circule en las afueras por un tranquilo carril para bicicletas que quizás advertirá más lleno que las mismas calles pues es el medio de transporte más utilizado. Haciéndolo, se encontrará con personajes pintorescos como señoras de edad pedaleando con largos abrigos, sombreros y sombrillas; con los viejos molinos de viento que se encuentran junto al rio que rodea la ciudad; y con algunas de las imponentes puertas, tales como Kniispoort, Dampoort, Ezelpoort, Smedenpoort y Gentpoort, construida a principios del siglo XV y quizás la mejor conservada hasta ahora.

Si desea hacer un poco más de ejercicio por encantadores paisajes, ir hasta Damme, un pequeño pueblo a siete kilómetros, es una excelente opción. De regreso a Brujas déjese tentar por alguna de sus numerosas tiendas de chocolates con diferentes formas, tamaños y precios. No se arrepentirá.

Es cierto que ya no es una ciudad económica importante gracias a su puerto. No obstante, la historia de miles de años que reflejan sus fachadas, el romanticismo que se esconde en los rincones y en los canales, la armonía que transmiten sus praderas y sus viejos molinos de viento y el olor a chocolate que perfuma sus calles, hacen de esta pequeña ciudad un cuento, una fantasía que se hace realidad en barcas, en bicicletas y en carrozas.

 

 

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