La crónica fue nominada a la categoría de Mejor Crónica en la «IV jornada de Periodistas en la carrera» de la Universidad EAFIT el 6 de noviembre de 2009
http://periodistasenlacarrera09.blogspot.com/2010/05/obsesivo-no-apasionado.html
Como dice Ana María, una de sus tías, “yo lo visto pero no lo alimento”. Y sí, la verdad es que se alimenta bien. Él mismo afirma: “Me alimento muy bien porque uno haciendo tanto deporte quema muchas calorías”.
A Marquiños, como le dicen casi todos sus amigos de voley, se le abren los ojos cuando ve el reloj. Son las 5:30 de la tarde, hora de salir de casa. “Camino hasta la avenida El Poblado y cojo un bus de Sabaneta. Me bajo en el Parque Recreativo de Envigado y camino seis cuadras para arriba”, dice.
Cuarenta minutos más tarde llega a su segundo hogar: la cancha La Merced. Aunque ésta –desde hace tres meses- es sólo provisional mientras terminan la remodelación del Coliseo de Envigado. ¿Motivo? Los Juegos Suramericanos de 2010.
“Lo están destechando y están cambiando las oficinas, los baños y los pisos. ¡Ah! y la fachada. Mejor dicho, lo están volviendo a hacer”, dice Marcos con una sonrisa en sus labios –quizá porque conecta esta idea con la imagen del nuevo sitio donde se divierte, olvida sus problemas, se desconecta de los conflictos del mundo y donde –como dice su madre- aprende a trabajar en equipo.
“Me encanta que juegue. Y no sólo porque está entretenido sino porque me parece importante que aprenda desde ya a no ser tan individualista”, dice Mina, su mamá. Aunque le parece excesivo: “A mí me parece exagerado. Yo no sé si esa responsabilidad si es impuesta o si es que él le quiere dedicar más horas de las que le exigen”.
Sin embargo, Daniela –otra compañera aficionada del deporte- manifiesta lo contrario: “El problema con la gente que llama a la pasión obsesión es uno muy sencillo: que no sienten precisamente eso: pasión por algo. Con tal de que uno tenga el consentimiento de un profesional, de que sepa priorizar las cosas y de que responda con el resto de sus obligaciones, la intensidad no importa”, dice Daniela una compañera.
Ha llegado la hora de poner su mejor partida sobre la mesa. Después de tanto esperar, el reloj marca las 7:30 de la noche. Restrepo –a propósito, “súper buen estudiante”, como afirma su mamá– se le nota la pasión en la cara, en la manera como sus músculos se preparan para atacar una bola que viene veloz desde el otro lado de la malla.
Sin importarle los comentarios de su madre y de Pablo, su tío –quien afirma que “se le va la mano”- pone sus dos pies sobre la cancha. Sus ojos brillan y sus piernas largas están atentas para dar un salto que puede dejar a muchos boquiabiertos. Es el momento para “quemar” todas y cada una de las calorías que ha consumido durante el día, es el momento de demostrar ante otros cinco compañeros que cuando se quiere, se puede.
“¿Cómo profesión? No, para nada. Para mí es sólo un hobbie. Yo quiero estudiar Ingeniería Genética pero acá no hay y no estoy dispuesto a irme. He estado pensado en Biotecnología. Vamos a ver”, dice Maicos, como lo llaman sus primas.
Es casi media noche. Por fin ha terminado de hacer sus tareas y de despejar su mente con otras cosas tal vez más comunes para los jóvenes de su edad: Facebook y Messenger. Por fin –menos cansado de lo que uno se podría imaginar- se acuesta en su colchón, que parece más una piedra, a tan sólo seis horas de comenzar otro día “normal”.
Es hora de dormir esperando que otra vez la misma voz que ha escuchado durante 17 años abra la puerta y le diga: “Marcos” –con voz ronca y calmada- a las 5:20 de la mañana.