19:51. Es martes. Pasa rápido. Tanto que sólo puede observársele detalladamente cuando casi todo su cuerpo –excepto del pecho hacia arriba- está oculto detrás de la barra. El pelo negro –que lleva partido a la mitad, desde la raíz- le cae suelto hasta un poco más abajo de los hombros. Tiene la piel morena, aparentemente suave y firme, a pesar de esos 42 años de los que, a propósito, se siente orgullosa diciendo “43 cumplo el mes que viene”. Los ojos también son oscuros aunque, eso sí, no tanto como el negro azabache de su pelo.
Con una sonrisa de oreja a oreja y unos ojos que hablan por sí solos, Remedios Meléndez, saluda al encargado de la barra y luego –con la misma velocidad con la que apareció, y con la misma impactante y diciente sonrisa- se dirige al vestuario.
Parejas “guiris” y padres con sus hijos –todos menores de 10 años y rubios, claro está- ocupan algunas de las mesas de madera. El Pimpi, uno de los bares más sonados de Málaga, no está atiborrado de gente como podría verlo uno un jueves, un viernes o un sábado a las 12 de la noche, días en los que – como dice Remedios- uno dice, “bueno ¿de dónde salió aquí tanta gente? ¡Aquí no hay crisis vaya!, ¡esto es feria todos los días!”
19:57. Entra al baño de mujeres situado diagonal a la barra y al lado de la cocina. Lista para comenzar, ahí está ella con unos zapatos blancos, un vestido de pequeñas flores que le llega a la mitad de las rodillas y un lazo rosado que le rodea la cintura y se une atrás, en la espalda, con un moño. Se pone un guante de plástico, como el de los médicos, en la mano derecha y coge un balde azul y una trapeadora, cuyo palo de rayas verticales azules y blancas combinan con el primero de ellos.
Sale del baño, coge un tarro y vuelve a entrar. Así se pasa varios minutos, saliendo y entrando, unas veces al baño de mujeres y otra al baño de hombres. 20:03. Uno de sus compañeros de cocina le lleva un rollo de papel higiénico. Ha terminado. Por ahora.
Lleva tres meses haciendo lo mismo. Llegó ahí por medio de una ETT, una empresa de trabajo temporal. “Tu dices más o menos en lo que tienes tu experiencia y puedes decir: me interesa, no me interesa”, afirma Remedios. Efectivamente, cuando se le presentó la oportunidad de trabajar en El Pimpi, dijo: “me interesa”.
“Cuando vine a la entrevista dije: prueban ustedes y pruebo yo porque no tengo ni idea de cómo funciona, ni ustedes me conocen…”, dice Reme –como dice que se llama porque, según ella, el verdadero es “muy largo”-.
- Puede pasar, le dice –nuevamente- sonriendo a una chica que llega preguntando sólo con una mueca si puede usar el baño.
En la ETT, según cuenta, le dijeron que si le gustaba el trabajo y se quedaban con ella, entonces ya formaba parte de la empresa y por ende, el pago lo hace directamente esta última. Ahora que forma parte de este bar situado en el centro de Málaga, Reme asevera que está muy contenta. Según ella, no ha pensado –al menos por el momento- en cambiarse de trabajo. “Ahora mismo las cosas están mal y yo aquí me siento a gusto. No es el trabajo de tus sueños, pero trabajo”, dice con un tono optimista más que de resignación. Tal vez tenga algo que ver el hecho de que no tiene “ni idea” –como dice ella misma- cuál es el trabajo de sus sueños. “Creo que nunca lo he tenido”, agrega, como cosa rara, riendo.
Trabajó como dependienta en un almacén y luego en hostelería ayudando en la cocina. Además, ha estado de camarera y limpiando con una empresa de limpieza. “Me tiré una temporadita de teleoperadora. Telemarketing, vamos”, agrega.
- ¿Está ocupado?, pregunta una cliente.
– No. Pasa, pasa, le contesta girando su cabeza hacia el baño y empujando la puerta para darle paso.
Mientras espera a dejar pasar una clienta que ha llegado, Remedios ni siquiera se apoya en la pared. Sin embargo, no se para rígida como un soldado. No, así tampoco. Y eso que tiene una silla para ella sola. Curiosamente también es de rallas azules y blancas, como la trapeadora. “Me dijeron que me podía sentar pero no es lo mío. Yo dije que no iba conmigo”. Por lo tanto, se apoya a veces en un pie, a veces en otro, y deja los hombros levemente relajados de modo que no se ve jorobada. Paciente, tranquila. Así espera. Así es ella. Quizás gracias a esto último es que tiene tan buena relación con todos sus compañeros, sin excepción. “No tengo preferido. Además, llevo muy poco tiempo y el trato con todos es el mismo. Ellos entienden que tu estás sola, que eres mujer y te cuidan a su manera: que no te falte nada, que te sientas tranquila y que, si alguna vez te falta algo, ellos están ahí”, comenta Reme.
Cuando le hace falta beber algo, por ejemplo, son sus compañeros quienes le llevan el agua, aunque –ella misma lo dice- “puede ser té, no tiene por qué ser agua”. “Fíjate que yo puedo ir pero no me da lugar porque a lo mejor viene un camarero: ¿Quieres algo?”, comenta satisfecha esta mujer de no más de 1,65 metros de estatura.
Sus días de descanso son los lunes y los miércoles. No los decidió ella, pero aún así, le “viene bien porque los lunes es después de los fines de semana. Luego vengo el martes y ya mañana (los miércoles) no vengo… Y después, jueves, viernes, sábado y domingo”.
Vive en la Barriada de Welling. “Del Centro Comercial Vialia, en dirección a Torremolinos, a unos 500 metros”, precisa ella. Se tarda 20 minutos en el autobús. “Para acá tengo mucha combinación por la hora: el 16, el 3, el 1… Me quedo en Paseo del Parque”. Por la noche, se demora un poco más porque le toca coger el Nocturno 1. “Cuando yo salgo no pillo la línea diurna. Pueden pasar cada tres cuartos de hora más o menos”, apunta Remedios alargando las palabras como pensando si sí es ese el tiempo.
Todos los días entra a las 20 horas. Bueno, “entra” no, empieza a trabajar porque –como ella dice- : “entro a las 8 pero no quiere decir que vaya entrar a las 8 por la puerta”. “Suelo llegar 15 minutos antes o 10”, añade luego. Los domingos y los martes trabaja hasta las 12. Según sus cálculos, los martes a las 12:30 ya está en casa. Sin embargo, los demás días (jueves, viernes y sábados) el contrato es hasta las 2 de la madrugada. Eso –sumado a la poca continuidad de la línea nocturna y a la cantidad de mujeres que les da por usar el baño precisamente a esa hora- hace que llegue a casa más tarde. “Yo tengo un horario pero luego también depende de la gente que haya… Muchas veces a la hora de irme me llega la cola a la barra”, declara Reme, quien aunque cuando el reloj marque las 2:00 puede irse, no lo hace hasta que ya no haya cola, simplemente por convicción. Así es ella. “Yo creo que el turno de la noche en sí no es para limpiar –que es lo que digamos harán mis compañeras por la mañana- sino el trato con el cliente”.
– No sé si va a entrar o no, dice Reme como pensando en voz alta, siempre atenta a sus clientes, en su mayoría mujeres. Hola, dice la mujer al acercarse. Pasa, pasa.
“Le suelo abrir la puerta a las señoras”, afirma Remedios. Eso también lo hace por… porque así es ella. “A mí ellos (los jefes) no me imponen abrirle la puerta a los clientes. Mi trabajo es mantener los baños limpios y que no se formen colas, pero eso es imposible los fines de semana”, afirma meneando horizontalmente la cabeza, y –claro- sonriendo.
Entra… luego sale. Al rato entra… y luego sale. “Suelo perfumar el cuarto de baño, repasarlo”, explica Reme. Así se entretiene cuando no hay clientes (cosa que no le pasa sino los martes y los domingos, y en breves intervalos de tiempo) mientras espera que el reloj marque las 12 o las 2, según el día. Ella dice que es nerviosa pero no parece. Está claro que es porque esa sonrisa de oreja a oreja que tiene desde que entra hasta que sale, tiene un efecto de mutualismo con los clientes: ella sonríe, ellos (casi siempre ellas) se sienten bien, sonríen, y por lo tanto, la cara de la primera refleja –aunque no lo sienta- seguridad. Así es ella.