Baltazar Garzón: “Es difícil olvidar y es difícil no exigir”

Sólo se oyen aplausos y no sólo se siente la fuerza de las miradas expectantes de los cientos de personas que lo miran desde la segunda planta, sino la de aquellas que provienen de quienes están plasmados en las fotografías que recorren las paredes del Ateneo de Málaga: las víctimas del franquismo en la Guerra Civil Española.

Con paso lento y en medio de varias personas, Baltazar Garzón camina por el pasillo de la primera planta del Ateneo. Por fin -después de haber “sobrevivido” al continuo flash que provenía de las cámaras de los periodistas- a las 8:09pm , aquel hombre que promovió una orden de arresto contra el ex dictador chileno Augusto Pinochet, sube las escaleras acompañado por hombres de saco y corbata, como él.

Periodistas –algunos con lápiz y papel, y otros con los móviles y el Twitter abierto-, estudiantes, hombres y mujeres –tanto jóvenes como viejos- devotos de aquel hombre, y –por qué no- algunos curiosos, le abren paso a Baltazar Garzón y a quienes caminan a su lado, entre ellos Dolores Delgado.

El espacio del salón donde hablará Garzón y de aquel en donde se transmitirán sus palabras en una pantalla, no son suficientes para la cantidad de gente que espera ansiosa su discurso de derechos humanos y jurisdicción universal.

-­‐ “Shhht”, exigen una y otra vez aquellos que se encuentra dentro de lo salones a quienes están en el pasillo y no dejan escuchar.

Una mujer hace la presentación de Garzón, hombre en quien “después de una imagen severa, se encuentra un hombre sencillo, humano, cercano”.

-­‐ ¿Has visto?, pregunta un hombre -­‐ ¿Qué?, responde el otro que estaba a su lado. -­‐ Que tiene muy mala lengua.

La mujer continúa diciendo que Garzón y Delgado son “un ejemplo” de aquellos que entienden que “en esta sociedad convulsa” sólo se consigue algo cuando se pelea duro. Y termina la introducción diciendo: “Nada más cobarde que no ser capaz de luchar por nuestras convicciones y nuestros destinos”.

Tras un aplauso, se oye la voz pausada y vocalizada del juez Baltazar Garzón: “lo vamos a tener jodido porque la voz está limitadita, pero eso no me va a impedir hablar”.

Efectivamente no es un impedimento. Garzón dice confiado: “La lucha de los Derechos Humanos, que según él tiene sus claros y sus zonas oscuras, es luchar contra la impunidad”. Además, afirma que la corrupción está en la base de las violaciones masivas de los Derechos Humanos y que está ligada a las dictaduras y, por tanto, al abuso masivo del poder. En este mismo contexto, elmagistrado español asevera que la corrupción política es otro de los fenómenos colectivos que nos atenaza y enjuicia: “todo aquel que está en el servicio público debe ser un espejo para los ciudadanos”. Luego, para terminar su primera intervención, Garzón califica de “idílica por una parte” y de “tétrica por otra” aquella coalición entre Derechos Humanos y Jurisdicción Universal.

Garzón le da la palabra a Dolores Delgado y apaga su micrófono. La fiscal se apropia de su micrófono y, después de alagar a Garzón con afirmaciones como: “Garzón es un militante de la ley de sus víctimas”, comienza a hablar confiada mientras hace gestos continuamente con sus manos. “Cuando se entiende el concepto de civilización, nos damos cuenta que hay crímenes horribles”, afirma. Tras decir esto, se plantea la necesidad de establecer principios para la aplicación de la Jurisdicción Universal que –según ella- es más que la defensa de una nación, de sus intereses y su seguridad, y que es necesaria para que no haya “fotocopias”, para que historias como la de Hittler no se repitan. “Sin historia no hay futuro”, dice Dolores Delgado. Y afirma convencida que en una nación no sólo es importante el pasado histórico, sino el judicial.

Baltazar Garzón, que se encuentra sentado a su lado, se organiza su americana, juega con el lápiz entre sus dedos y toma algunas notas mientras la escucha atentamente.

Delgado habla del genocidio en el Congo por orden del Rey Leopoldo de Bélgica a finales del siglo XIX y comienzos del XX; de los dos millones de armeros dados por muertos por el Imperio Otomano (hoy Turquía); y de la represión estalinista en la Unión Soviética. Así, contextualiza a los oyentes para poder hablar ahora sí de la Guerra Civil Española. “Nadie investiga los propios crímenes”, afirma la fiscal española. Y continúa: “se apuesta por la internacionalización del derecho cuando se tratan crímenes transnacionales (el terrorismo, el narcotráfico). En cambio, cuando se trata de crímenes masivos, el gobierno opta por la reacción ostra”.

Mientras unos periodistas toman nota y otros “twittean” apurados, Delgado sigue dando ejemplos de aquellos casos donde se observa la incongruencia existente entre los Derechos Humanos y la Jurisdicción Universal. Comenta entonces la época de Fujimori en Perú en los años noventa, los cientos de Mayas empalados y ejecutados, otros crímenes masivos en Argentina, Guatemala y Chile entre 1980 y 1983, y el aprovechamiento garrafal de los recursos naturales. Todo este contexto para terminar su intervención confirmando que la justicia suele llegar tarde. “La justicia universal no es algo progre o conservador, hay que tener miradas más avanzadas”, concluye.

Satisfecha con su ponencia, la fiscal apaga su micrófono y es Garzón quien nuevamente hace que el público acabe paulatinamente de aplaudir y se disponga nuevamente a escucharlo. Con el público ya contextualizado, Garzón afirma: “surgen discursos de que no hace falta investigar algo de lo que ya nadie se acuerda”. Y continúa: “es difícil olvidar y es difícil no exigir”. Además, afirma que existe para las víctimas el derecho a la verdad y a la reparación. “No se puede volver la espalda a ese Derecho Internacional. Somos una aldea

global”, asegura con ímpetu. Asimismo, asevera que la herida se vuelve a re- abrir cuando no se ha saturado correctamente y concluye con fe: “la dignidad de las víctimas exige que se de una respuesta por parte de las instituciones”.

El tiempo avanza rápido. Algunos oyentes satisfechos con lo que han escuchado ya se han ido. El pasillo ya no está lleno de gente y algunas sillas ya están vacías. Aplausos y una voz que dice que sigue el tiempo de las preguntas. Deja hacer unas cuantas. Estaba claro que no podía quedar la curiosidad de cómo se encontraba Garzón con su situación actual en el banquillo. Parece confiado en sí mismo. Tal vez sea por aquella frase que dice que la esperanza es lo último que se pierde, o quizás por motivos más relevantes –como abogarían quienes lo apoyan-. “El honor y la propia imagen cada uno la defiende como puede y como lo dejan”, afirma. Y continúa al parecer muy seguro de lo que está diciendo: “no tengo bastante tiempo de estar demandando a un ramillete bastante amplio de indeseables que andan sueltos por ahí… pero llegará el momento”. La cara de júbilo se distingue en varias personas del público. Se oye un aplauso. Uno solo.

“Obvio que jode, ¿Cómo no me va a joder si llevo un año así?” dice Garzón muy claramente para aquellos curiosos que querían saber qué sentía realmente. Sin embargo, no pierde la compostura y afirma –con una fe que no se discute-: “La vida no se acaba aquí, hay que seguir luchando”.

A las 10:15pm se hace la última pregunta. Responde, aplauden. Siguen aplaudiendo. Las sillas van quedando poco a poco vacías. En el salón donde estaba la pantalla ya no hay nadie. Han pasado diez minutos pero Garzón aún no puede irse. No sólo siguen más fotos, sino también más autógrafos. “La fuerza de la razón”, que lo vende una mujer afuera a 16.90 euros, para todos quienes lo quieren –al parecer muchos- vale más si está firmando por el mismo autor, por el mismísimo Baltazar Garzón.

 

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