Relato de FICCIÓN realizado durante un taller de Escritura Creativa de la Alcaldía de Medellín
Era el 1 de enero de 1962 y recién llegábamos de la finca de Fredonia. Recuerdo
que tu madre te cogió a ti y a Víctor en brazos y los subió al apartamento sin
apenas mirarme.
Cuando entré, haciendo equilibrio con las paredes, tu madre estaba en la cocina
bebiendo agua.
– “¿No me vas a dar?”, le pregunté.
– “No”, me respondió, y me dio la espalda.
Todavía me hierve la sangre cuando recuerdo su mirada de rabia, aunque a veces
pienso que era tristeza; una tristeza densa, sombría y, tal vez, justificada.
Pasé por tu habitación y vi que dormías. Tu hermano también. En el baño tu
madre estaba perfumada y tan hermosa como siempre, con el pelo recogido y la
espalda fuerte.
– “¿Por qué, mejor, no te vas a dormir?», me dijo mirándome a través del
espejo.
Me dio ira, mucha. La agarré de la cintura, la atraje hacia mí y le dije que repitiera
lo que acababa de decirme. Ella no repitió, pero no bajó la cabeza como otras
veces y me empujó. Yo la empujé también y cayó de espaldas contra la pared.
Intentó levantarse apoyándose en el inodoro y justo en ese momento le pegué. Le
pegué muchas veces, hasta que cerró los ojos.
Desde ese día, hace cincuenta y dos años, tu madre me mira con un ojo aguado y la boca torcida. Nunca he podido soportarlo. Debí haberle dado más fuerte. O, tal vez, no haberle dado nunca.
La gente no debería morir lentamente.