– «Los billetes», dice el revisor en cuanto arranca el tranvía.
– «Los ha sacado él»…
– «No han sacado nada», le espeta con seriedad el revisor antes de que alguno de los dos tenga tiempo de decir algo más.
El joven -de unos 15 años aproximadamente- saca de su bolsillo cinco euros y comienza a caminar por el pasillo con una sonrisa mordaz.
– «¡Me lo devuelve chico!», le grita al revisor desde la mitad del vagón cuando la máquina le devuelve el dinero.
El revisor pasa por mi lado, ayuda al chico y en pocos minutos éste último vuelve a hacerse al lado de una de las puertas, junto a su amigo.
Cuando escupe cada billete y los pega de la pared lo estoy mirando y él lo sabe. Me mira unos segundos y después de torcer su boca en algo que parece una risita presumida, me guiña el ojo. Le sostengo la mirada. Y no sonrío.
– «¡Aquí os dejo los billetes!», grita el joven cuando la puerta vuelve a abrirse, tres paradas más tarde. A través del cristal lo veo alejarse con la misma sonrisa mordaz, el mismo cigarrillo detrás de su ojera derecha y con 2.30 euros menos en su bolsillo.