Se asomó a la ventana, hacía frío.
Aspiró hondo y miró al frente. Las luces de las casas estaban casi todas apagadas.
Duermen, pensó.
Eran casi las 12 de la noche de un domingo de Octubre.
Volvió a aspirar hondo. Un viento helado invadió su cuerpo y se sintió limpia, nueva, llena. Al fondo había luces. Sí, las de las calles del sur de la ciudad.
Pasaron uno, dos, tres carros. Después, intentó seguir con la mirada el ruido de una moto.
Seguía ahí, asomada en su ventana.
Pensó en ella, en aquella anciana a quien su marido le destrozó la vida. No sintió rabia, sólo mucho amor por esa mujer que siempre había sido su ejemplo a seguir. Y después, sin entender muy bien por qué, la imagen de él apareció en su mente. Recordó cuánto lo quería.
Él también había entrado en su vida, aunque de otra manera.
Lo extrañaba. Y mucho.
Pero no, él no estaba y debía dejarlo ir como hizo ella. «Ya no siento nada». Eso le había confesado esa mujer hacía poco.
¿Cómo es posible?, se preguntó.
No sabía cómo pero le creía.
Ella no miente.
Una nueva bocanada de aire entró en su cuerpo y lo recorrió. Nuevamente limpia, nueva y llena de esperanza, cerró la ventana.
Sí es posible, pensó antes de apagar la luz.