– ¡Joder mira esa tía!, dice una chica abriendo los ojos como platos
– ¡No vea! donde yo me ponga eso… ¡vaya! es que ¡no podría!
– ¡22 kilos! ¡Más que el profesor y todo!
Al ritmo de R&B varios de los socios hacen la clase de Body Pump en la sala 1 del gimnasio O2 de Málaga. Con una barra por detrás de los hombros -algunos con cara de dolor, otros no, y cada uno con su peso «ideal»- se inclinan hacia adelante (como asomándose por un precipicio), y bajan en uno, dos, trabajando los cuádriceps… Ella también está ahí dentro dando de qué hablar – sin proponérselo- a aquellos que la observan incrédulos desde afuera del salón…
Tiene –como siempre- una camiseta que le llega un poco más abajo de las caderas (la de hoy es roja), unos shorts negros que se ciñen a sus piernas firmes y morenas, una botella plástica de agua en la mano y una toalla –esta vez verde- le cuelga en su hombro derecho. “Es impresionante verla entrenar, se pone más peso que los hombres”, afirma Raquel, una de las monitoras del gimnasio.
Guadalupe Márquez, enfermera desde hace nueve años, lleva un año y medio preparándose para ser bombero. Según ella, se le puede sacar mucho más provecho siendo esto último. “Yo tengo que estar ahí, en primera fila”, asevera con ímpetu, y explica que en enfermería está en segunda fila, no en primera. No quiere estar ahí para que la reconozcan, sino para actuar ella, para hacer ella. “No quiero ninguna medalla, es sólo que necesito estar en primera línea y que mi trabajo me llene todo lo que, entre comillas, no me llena el resto de mi vida”, dice “Guada”, como le dicen cariñosamente quienes la conocen en el gimnasio. Y es que según ella, el trabajo es el 80% de una persona.
Esta mujer de 29 años cree que nada es vocación, pero está segura de que hay algo que une estas dos profesiones. “Pasé de la profesión más femenina del mundo a la más masculina, pero es que es ayudar al otro, siempre”. En eso radica el vínculo de una carrera con otra: en que en ambas el objetivo es “el otro”, que ambas son una “acción humanitaria”. No obstante, disfruta más salvar la gente siendo bombera. “Estar en un hospital a mí no me llena. A mi me llena salvar a las personas con el peligro, el riesgo… con fuerza y valentía”.
En el 2003 comenzó a hacer deporte con –como dice ella en tono burlón- “lo que empieza todo el mundo”: con spinning. Hoy en día entrena cuatro horas diarias, dos por la mañana y dos por la tarde. Yolanda, otra monitora del gimnasio tiene razón al afirmar que “para conseguir lo que ella ha conseguido se requieren cinco, seis o siete años”. Guada lleva ocho y ya se le nota. “La primera vez que la vi pensé que era una entrenadora personal”, comenta esta monitora –una mujer bajita, de pelo negro, piel blanca y, aunque flaca, fuerte- con un timbre de voz muy particular y acento “andalú”.
“Cuando por la mañana entreno aeróbico o resistencia, por la tarde hago fuerza, o al revés”, expone Guada. En su voz denota tranquilidad, seguridad y confianza. La rutina se la ha hecho ella misma. “Internet da mucho. ¡Hay tantas cosas! Miras en Estados Unidos, coges un texto y lo traduces; te haces un manual; te metes en foros; hablas con gente… es fácil”. Incluso comenta que le ha pedido asesoría a los monitores del gimnasio pero asevera que no le convence lo que le dicen. “Veo más resultado con lo que yo hago que con lo que me dicen ellos.”
Reparte su tiempo entre su trabajo en “una mutua” –haciendo reconocimientos médicos a personas que han tenido, por ejemplo, un accidente laboral, como ella misma explica- y su entrenamiento. Para ella, este último es lo más importante.Cuando habla del deporte, lo hace con tanta pasión que quien la oye tiene dos opciones: o se contagia de dicha sensación de éxtasis o por lo menos se inquieta y se pregunta cómo alguien puede poner una hora de ejercicio por encima de muchas otras cosas. “A mi el deporte me da la alegría, el bienestar… ¡Me da todo! Me da paz, me da felicidad, me hace seguir para adelante. No lo puedo explicar. La gente no lo entiende pero si no hago, caería en una depresión. No puedo vivir sin él, sin esa sensación sin esa superación. Me ha dado todo lo que nunca en la vida me podría dar la enfermería”. Y luego concluye: “Me llena. Es lo más importante que tengo ahora mismo”.
Tantas horas de entrenamiento han tenido como resultado una mujer que a simple vista se sabe que le encanta el deporte. Tiene unas piernas duras, sin celulitis; una espalda un poco más ancha de lo que podría ser “normal” en una mujer; y unos brazos que reflejan un arduo trabajo de bíceps y tríceps. “Personalmente no la conozco pero para mi gusto está demasiado fuerte. Creo que en una mujer no queda muy femenino”, dice una socia del gimnasio que prefiere no decir su nombre. Femenino o no, no hay duda de que lo agradecerán todos aquellos a quienes en un futuro –no muy lejano- espera poder salvar.
De lunes a viernes, de ocho a once de la mañana trabaja en la mutua. Cuando sale, va al gimnasio a correr una hora y media. Depende del día hace cambio de ritmo –que como ella explica es ir “más rápido, más fuerte, más rápido, más fuerte…”- o fondo que, según ella, es correr todo el tiempo que se pueda a una velocidad moderada.
Vive con Catalina, “un chuchillo” que cogió de la perrera. “¡Más mala! ¡qué mal la he criado! ¡no sé en qué he fallado!”, confiesa riéndose fuerte, con ganas. Dice que la saca cuando llega del gimnasio por las mañanas, antes de comer. A las cuatro de la tarde vuelve a la mutua, hasta las siete que se va para el gimnasio nuevamente a entrenar fuerza. Por último, de ocho y media a doce estudia.
Yolanda destaca de Guadalupe su constancia. Y sí, llegar hasta donde ella ha llegado no es fácil. Es más, según explica Yoli –como le dicen sus compañeros de trabajo y uno que otro socio- no todos pueden lograrlo porque no basta sólo con perseverar y ser aplicado como Guada. “Va también en genética, en alimentación, en tomártelo muy enserio y en saber el objetivo que quieres porque si no, cada dos por tres te vienes abajo. Es muy sacrificado”.
“Lo más difícil es que no tienes vida social y lo hecho mucho de menos”, agrega Guada. Es la primera vez que el positivismo y la buena energía de su voz se contrae. Mientras lo dice parece reencarnar en su mente, en cuestión de segundos, imágenes de aquellos tiempos donde no tenía ese “problema”. “Me he enfadado con demasiadas amistades ya, mi vida social se centra la gimnasio. Incluso me he hecho un montón de amigos, todos hombres porque en la sala de musculación no entrenan mujeres, pero bien”, afirma luego un poco más enérgica. “Mi objetivo es que me vean como una igual de fuerza”, manifiesta al instante. Y es que ella, a diferencia seguramente de muchas mujeres que van al gimnasio no sólo para entrenar su cuerpo por “x” o “y”, no quiere que la miren “como una mujer para acostarse con ella”.
“Se supone” que lleva una dieta, reconoce ella riéndose de sí misma. No considera la alimentación que tiene ahora como un sacrificio muy grande. Cuenta que se cuida comiendo frutas, verduras, pastas y pan todos los días y que come arroz, pollo y tortillas de claras de huevo. Eso sí, el capricho del chocolate, le “provoca malestar” quitárselo. “No creo que si no renuncio al chocolate, no sea una candidata para ser bombero”, dice intentando creérselo ella misma.
Guada no cree que haya un “patrón para ser bombero”. “¿Qué tienes que ser? ¿grande y poderoso?”, se pregunta a sí misma. Y luego razona en voz alta: “cuando hay una rendija así (y pone la palma de su mano izquierda, en posición paralela al suelo, a unos 50 centímetros) y tienes que pasar para salvar a alguien el hombre que pesa 90 kilos y mide dos metros no cabe por ahí. Y si tienes que pasar una mano, un brazo delgado va a pasar antes que un antebrazo de un hombre como un camión”. Todo esto para concluir: “Tu no puedes limitar bomberos a unos niveles estándares, no existen”.
No habrá niveles estándares, pero aplicar a la oposición exige ciertos requisitos. Entre ellos, uno es que se debe tener nacionalidad española o ser miembro de algún país de la Unión Europea, y otro que hay que ser mayor de 18 – “pero todo el mundo es mayor de 21 porque te piden el carnet de camión y el remolque y tu no te puedes sacarlos si no hasta después de los 21”, explica Guadalupe-. Por otra parte, como cada Ayuntamiento u organismo convocante puede variar estas exigencias, hay algunos que demandan el grado de bachiller.
Ya tiene el carnet de camión, le falta el de remolque. “Cuando de media vale 1000 euros, yo me gaste valió 2.000”. Ella asevera que es “estándar en ella”pues el carnet del coche también le costó sacárselo. Además de esos 2.000 euros que tuvo que pagar para el carnet del camión, se ha tenido que gastar otros 2.000 en su operación de la vista pues no podía tener gafas. “¡Y lo que me queda para el remolque!, ¡Te gastas un dineral!”.
Hay prueba teórica (que tiene un temario común –“porque es común para todas las oposiciones: constitución, derecho administrativo, ley de prevención de riesgos laborales”- y otro específico, detalla Guada), psicológica, médica y física. La que le preocupa a ella –como a la mayoría de quienes luchan por conseguir esta oposición- es esta última. Entre las pruebas que ésta supone, la que le asusta es la de la cuerda. “Imagínate una así (y señala unas cuerdas de color amarillo y negro que hay en el gimnasio) en suspensión vertical con un grosor determinado. Te tienes que poner en escuadra, en forma de L, sentada en el suelo. Te agarras a la cuerda pero no te puedes ayudar con las piernas; éstas van al son de tus caderas”, dice mientras hace la mímica con su cuerpo y una cuerda imaginaria. “La ensayo pero me cuesta trabajo. Es una barbaridad. Si a un hombre de media le cuesta dos o tres años, imagínate lo que me cuesta a mi”.
“Por mí no da un duro nadie”, dice Guadalupe. Afirma que no cree que sea por algo personal, sino porque es mujer. “Todas las mujeres que son bomberas son de Consorcio”. Esto porque, según dice, las pruebas para los pueblos (las de los Consorcios) son más fáciles que las que hacen los Ayuntamientos. Sin embargo, ella no se conforma con eso.
“Yo voy para Ayuntamiento no para consorcio. Voy para lo difícil y con la marca que le piden a un hombre, no con la que le piden a una mujer”. El tono de voz se va haciendo más enérgico a medida que habla. A Guada no le importa que nadie de un duro por ella, ella está dispuesta a darlo todo. “¡Hay que cambiar el mundo! Antes un médico mujer era como<<a mi ni me toques>> y ahora hay muchas más mujeres que hombres licenciadas en medicina. Así que poquito a poco, yo no tengo prisa…”.
Hace calor, calor humano. Se nota que es verano no sólo por el clima, sino porque el gimnasio ahora cuenta con más socios. Una tarde de enero, por ejemplo, no habría tanto quórum. La mayoría de los hombres trabaja brazos y espalda –con mancuerdas o en las máquinas-, y la mayoría de las mujeres ocupan las máquinas de cardio y las colchonetas azules.
Guada fuma. “Increíble pero cierto”, como ella misma dice. “Antes no quería dejar de fumar, me gustaba. Ahora necesito dejar de hacerlo”. Hasta hace una semana fumaba un paquete al día. Pero se ha comprado eso que ella llama “lo típico”, unas pastillas que al parecer están haciéndole efecto. Por lo menos ya no son veinte cigarros, sino siete. “Lo echo de menos pero veo los resultados después en el deporte y veo que merece muchísimo la pena”. Asevera que duerme mejor, que no se le queda la mano dormida (porque según dice, se le quedaba el dedo quieto en spinning) y respira mejor . Por lo tanto al correr, puede ir más rápido…al menos eso dice ella contentísima.
Por el alcohol, en cambio, no se preocupa. “Si te digo la verdad me puedo tomar a lo mejor una cerveza a la semana. Nunca me ha llamado a mi la atención ni las borracheras, ni salir por ahí”. Acepta que –“como cualquier venteañera”- lo ha hecho pero que puede vivir perfectamente sin eso. Prefiere quedarse en casa los sábados para poder hacer deporte los domingos, que aceptar las tentadoras propuestas de sus amigos. “No me puedes poner en una balanza: salir o salir a correr, todo el mundo sabe lo que voy a querer”, dice con orgullo y picardía.
No se ha presentado ni la primera vez. “He echado dos convocatorias pero no ha salido ninguna”, dice. Una es del Consorcio de Málaga y otra de Sevilla, donde dice que han salido 55 plazas. “Pero yo espero las de Málaga Capital, esas son las mías”, continúa diciendo. “Hay 28 plazas colgando ahí y está todo el mundo esperando la oferta de empleo público. Esas son las mías”, repite. La última oferta pública fue en el 2008 y se supone que la ley exige que máximo a los dos años se abra una nueva convocatoria. Así que pronto saldrá la que ella está esperando. “Supongo que están esperando presupuesto porque ahora con la crisis no tienen dinero ni para mangueras”, opina Guada y luego, sin cansarse de repetir lo mismo, dice: “las de Málaga son las mías seguro, segurísima. ¡Anda que no!”
Es positiva y visualiza las cosas. Pero es humana y acepta que ha sufrido y que la vida muchas veces es dura, aunque luego valga la pena. “Muchas veces he llorado porque no veo fin a las oposiciones. Sé que el tiempo va en contra mía, no como a un hombre. Mientras más mayor sea una mujer, más trabajo le va a costar porque la edad, la materia grasa de una mujer y las hormonas no perdonan. Yo voy contra reloj, el tiempo va contra mi”.
Ahora, incluso en esos momentos ella tiene fe e intenta estar tranquila. Esa es precisamente la característica que destaca un chico que es bombero desde hace cinco años -y que prefiere dejar su nombre en el anonimato porque “las cosas ahora no están muy bien”- en alguien que quiera ejercer esa profesión. “Hace falta un buen estado físico pero sobre todo tener mucha tranquilidad para controlar las situaciones que se te presenten”. Por su parte, Guada cree que la principal cualidad que debería tener un bombero es ser fiel a lo que hace. “Por eso yo no puedo ser enfermera, porque yo no soy fiel a lo que hago, no soy coherente con lo que hago, no disfruto con lo que hago y no vivo lo que hago. No soy una trabajadora, sino un robot”.
Lo que destaca de la profesión es el compañerismo, la fidelidad y el “todos a por uno”. “Parece muy peliculero pero ¡me motiva tanto! nunca he sentido eso y encima ¡salvando a otro!”. Nuevamente está emocionándose. Se le sube el tono de voz, se le aceleran las palabras. Tal vez el corazón también. El bombero que prefiere dejar su nombre en el anonimato afirma: “Es una profesión muy bonita. Cada vez que apagas un incendio o rescatas a alguien te sientes bien porque sabes que le has hecho un bien a la comunidad”. Dice que le gustaría intervenir en las catástrofes en autopistas y los accidentes de tránsito. “Creo que a mí es en lo que me va mejor. La sangre no me da miedo y ver a una persona destrozada no me da miedo. Yo quiero meterme ahí, sacarlo yo, ser yo la protagonista. Pero la protagonista de mi película, no para que todo el mundo me eche flores. Yo no soy feliz porque la gente me eche halagos, soy feliz por lo que hago yo”.
En el ámbito personal, quiere ser madre. “Tengo súper claro que si no me enamoro, me insemino porque ni de coña voy a dejar de ser madre”. Según ella, encontrar pareja es muy fácil. Lo difícil es enamorarse y ser correspondido. A la adopción le dice que no rotundamente. “Yo tengo que sentir lo que es ser madre”, explica con un tono que da fe de que no da marcha atrás.
“¿De enfermera de culo gordo, con várices, asqueada (porque están todas así) y de mala leche? No”. Ella tiene claro cómo se ve en 20 años. Y aunque a lo único que confiesa que le teme es a la vejez –“más que a la muerte”-, sabe que a pesar de que puede pedir la jubilación anticipada a los 50 o 55 años, no lo hará. “Voy a seguir ejerciendo. Si me quedo coja, me quedo de telefonista, pero ¡que a mi no me saquen del parque! ¿Yo qué hago en mi casa?”.