Eran las 6:30 de la tarde en el Centro Social Gastón Castelló. Doce criaturas entre 7 y 11 años preparaban en equipo un dragón para las hogueras del barrio.
Y dice la profesora:
– «¡Necesito chicos fuertes que vengan a cargar estas cajas de cartón!, señalando unas cajas vacías y decoradas con materiales de reciclaje.
Y entonces Isra, una niña de 8 años, me toca la mano y me dice alzando sus ojos para encontrar los míos:
– «Yo no soy chico, soy chica, pero soy fuerte…»
Y entonces la miro sonriendo, con el corazón brincando de felicidad, y le respondo: ¡Pues claro que eres fuerte!, ¡las chicas también los somos!, ¡corre y coge una tú!
Vuelve después con una sonrisa de oreja a oreja, me abraza, chocamos la mano, me mira a los ojos y me dice: ¿De qué color son tus ojos?, ¡no lo entiendo!
– ¿De qué color los ves tú?, le pregunto abriéndolos mucho.
Dijo que eran verdes, pero amarillos, que no lo entendía… Yo sólo entendí que ella, tal vez sin saberlo, me había llenado de fuerza, de vida.