A lo más hermoso que tengo

Una vez me pregunté: «¿Qué es lo más lindo que tengo?» y sin pensarlo mucho me respondí: «mi familia».

Sí, ya lo sé. Quizás no los tengo porque no vivo con ellos; porque no es lo primero que veo cuando me despierto ni lo último cuando me acuesto; porque ni desayuno, ni almuerzo, ni como con ellos; y porque tampoco tengo la fortuna de abrazarlos cuando quiero. Sin embargo, he aprendido que sí tengo de ellos lo que necesito: su amor y su apoyo incondicional. Y con eso no sólo me basta, me sobra.

A ellos… ¿Palabras? Muchísimas, ¿agradecimientos? infinitos.

Adelaida

Es la «chiquita de la casa», claro que de chiquita no tiene nada. Es más, viéndolo de lejos «la chiquita» sería yo. Tiene unas extremidades de tres metros, un pelo de revista y una personalidad de líder. Es inteligente, conversadora y responsable. Eso sí, no conoce el significado de la palabra orden. ¿Sabrá al menos cómo se escribe? lo dudo.
Es una mujer -y digo mujer para no «ofenderla» diciéndole adolescente- con unos principios perfectamente definidos. Y ¡qué no se le ocurra a nadie violarlos en su cara! porque tiene una mirada matadora. Es, además, sencilla, capaz y entregada. Llegará lejos, estoy segura. Tan lejos como lo visualice, no lo dudo.
Es, además, llorona -como mi mamá- pero no por eso es débil. Al contrario, tiene una fortaleza espiritual que yo admiro e incluso envidio, lo acepto. ¿Miedosa? Sí, de subir lomas en un carro (veremos qué pasa cuando sea ella misma quien las tenga que subir). Ah y ¡cómo olvidarlo! le tiene miedo a las hormigas. Sí, a esos animalitos indefensos que trabajan en equipo y salen de repente en la casa sin ganas de hacerle nada a nadie.
Como cómplice es la mejor y como consejera también lo es. La satisfacción que siento cuando recuerdo que puedo contar con ella es algo que jamás podré describir. Así es como me doy cuenta de cuán mediocre pueden ser las palabras en sí mismas…

Alejandro

Es el hombrecito de la casa. Y ¡qué hombrecito! Es un caballero, para qué lo niego. Es más, si no fuera mi hermano y tuviera 10 años más posiblemente ya lo habría escogido como esposo. Y tiene un humor genial. Tan genial como el espacio que hay entre sus dientes incisivos centrales de arriba. Tiene una inteligencia numérica envidiable. Eso sí, no la usa. ¿A quién quiero mentirle? Él prefiere jugar en el computador esos juegos que de cívicos y tiernos no tienen nada -y quedar con los ojos cuadriculados- que sentarse en un escritorio a mirar una hoja cuadriculada llena de números. ¿Será la edad? No lo creo. Yo preferiría cualquier cosa antes que esto último y «ya maduré». En fin.
Es un hombre -digámosle así para que se sienta mayorcito- sencillo, sano y respetuoso. Le encanta el fútbol y el tenis -como al papá- y claro ya se dañó una rodilla jugando el primero de ellos -como el papá-.  No reza como mi hermana y hace hasta lo imposible para no ir a misa -aunque hay que aceptar que cede-  pero es un buen hombre, un buen hermano y un buen hijo. ¿No es eso lo que le gusta a Dios?
Tampoco me dice que me ama. (¡y a sus amiguitas sí! ¿ah?) pero yo lo sé. Eso tiene una cosa positiva: cuando me lo dice ¡me lo quiero comer a besos! Es un buen estratega, ¡uf! ¡buenísimo!
Estoy orgullosa de él. Sí, mucho. Además sé que, como mi hermana, tiene una gran misión en este mundo. Y la hará bien, lo sé.

Patricia

«Cuídate, quiérete y valórate mi niña del alma». Esa es una de las frases que más recuerdo de ella. ¿Será porque me la dice cada que hablo con ella? Claro, es eso.
¡Qué mamá! No hay cómo más describirla. Sin embargo, sí podría destacar que es una mujer íntegra, capaz, perseverante a morir, y una luchadora empedernida. ¿Terca? Sí, bastante. Lo curioso es que ¡casi siempre tiene la razón!    Es, por lo tanto, una terquedad admirable. Esa fuerza de voluntad que tiene para alcanzar los proyectos la debería tener también a la hora de comer dulce. Pero no. Ella no resiste un dulce sin abrir, sin morder, sin probar, ¡sin terminar!… Y lo heredé. Sí, así soy yo también. ¡Qué cosa!
Es una persona buena, honesta, sensata y sensible. Ha sabido afrontar los retos con la frente en alto y aquellas veces que la han hecho llorar sangre -que han sido varias- la han hecho más fuerte aunque ella no lo crea.
Ella no deja para mañana lo que puede hacer hoy. Eso sí, ella apunta 40 pendientes, se los propone todos y el tiempo y el tráfico sólo la dejan hacer dos, quizás tres. Pero la intención es lo que cuenta, ¿no?
Tiene un corazón enorme. Ama a su mamá, admira a su papá y quiere darle siempre a todos lo mejor así no sea eso lo que ella recibe de los demás. Ella es tan buena que le pegan en un lado de la cara y voltea para que sigan con el otro lado. Llora, y sólo al final, cuando está llena de morados físicos e internos -en el corazón y en el alma-, se da cuenta que la han herido. Eso es quizás la razón por la que ella es así: desconfiada.
Es bastante conservadora pero a ello le agradezco la formación que tengo -no tan conservadora porque yo he perfilado mi propia educación pero sí fuerte en principios y valores-  y es «empeliculada» pero eso es lo que la ha llevado a donde está.
Realmente admirable. Tanto que es un ejemplo de vida, de mujer y de madre. Lo que siento yo por ella -que tampoco podría describir con palabras- es lo que me gustaría que sintieran mis hijos por mí en un futuro.

Federico

Nadie podrá decirme una frase más diciente que la que me dijo él un día: «no hagas nada de lo que te puedas arrepentir». Y nada podía ser más cierto que lo que me dijo alguien: «Si tu eres de las que admira su papá, seguramente quisieras un hombre como él como esposo».  Y sí. ¿Cómo no querer un hombre respetuoso, inteligente, tranquilo, alegre y trabajador?
No va a misa y no es católico, apostólico y romano pero es más humano que cualquier creyente. Tiene un corazón gigante. Tan grande como el de su papá que en paz descanse. ¡Y pinta! ¡De exposición! (Y no lo digo porque sea mi papá).
Y es que así como pinta opera. Es un gran profesional. Es un ejemplo de que cuando uno ama lo que hace y lo hace con pasión, se ven los resultados. Eso sÍ: es «boquisucio a morir», pero le luce. ¿Qué hacemos si la grosería le sienta bien? Hace parte de su esencia. Quién lo ve con su corbata y su saco…
Él jura que tiene un corazón de piedra. ¡Qué va! No llora porque tiene «los ojos secos» y no le salen lágrimas. Pero ¿de piedra? ¡el de nadie!. Y así y todo me dice: «No te tragues todo». ¡Qué ironías las de la vida!
De bobo no tiene nada pero para que «saque las uñas» hay que llenar varios vasos. Él es paciente y medio, por eso es rico hablar con él.
Es un gran hombre. Suena a cliché, sí, pero no lo es. Y es tan luchador como mi mamá. No tan terco pero igualmente empedernido. Son un complemento. ¡Qué complemento! Él sabe cuándo estar ahí y de qué manera.
¡Qué papá el que yo tengo! Alcahueta sí, hasta cierto punto solamente.
¡Gracias papá!

Son ellos cuatro «lo más lindo que tengo». Y faltaría uno que tampoco vive conmigo: Paco, mi perro, el único que sabía siempre cuándo lloraba y por qué. Otro apoyo incondicional, diferente, pero igual de importante. ¡Cuánto lo extraño!

A ellos gracias infinitas.
Y para ellos un amor puro, incondicional y eterno.

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